Libros de sangre vol.iii by Clive Barker

Libros de sangre vol.iii by Clive Barker

autor:Clive Barker [Barker, Clive]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Policier
publicado: 1984-12-31T23:00:00+00:00


Lo prohibido

Como una impecable comedia, la elegancia de cuya estructura pasa inadvertida para quienes la viven, la perfecta geometría de la urbanización de la calle Spector sólo resultaba visible desde el aire. Caminar por sus melancólicos cañones, atravesar sus mugrientos corredores desde un rectángulo de cemento gris hasta el siguiente permitía descubrir muy poco que sedujera la vista o estimulara la imaginación. Los escasos árboles plantados en los cuadriláteros habían sido mutilados o arrancados de raíz hacía mucho tiempo; el césped, aunque alto, se negaba resueltamente a mostrar un verde saludable.

No cabía duda de que la urbanización y sus dos edificios vecinos habían sido antaño el sueño de algún arquitecto. No cabía duda de que los urbanistas habían llorado de placer ante un diseño que albergaba a trescientas treinta y seis personas por hectárea y, a pesar de ello, se jactaba de contar con espacio para la zona de juegos de los niños. La calle Spector había permitido la formación de indudables fortunas y reputaciones, y durante su inauguración se habían pronunciado bonitas palabras, y se la había erigido en el patrón por el que se medirían todas las edificaciones futuras. Pero los urbanistas —una vez derramadas las lágrimas y pronunciadas las palabras— habían dejado a la urbanización abandonada a sus propios recursos, y los arquitectos se habían ido al otro extremo de la ciudad para ocupar las mansiones georgianas restauradas y, probablemente, jamás volvieron por allí.

Si hubieran aparecido, no se habrían avergonzado del deterioro de la urbanización. Sin duda argumentarían que la hija de sus esfuerzos mentales continuaba siendo brillante como nunca: sus geometrías seguían tan exactas, sus proporciones tan calculadas; era la gente la que había arruinado la calle Spector. No les habría faltado razón en tales acusaciones. Pocas veces había visto Helen un medio urbano tan vandalizado. Las farolas estaban hechas añicos, las cercas de los jardines traseros arrancadas de cuajo; los coches cuyas ruedas y motores habían sido eliminados y cuyos chasis habían sido quemados bloqueaban las entradas de los garajes. En un patio, tres o cuatro chalets de una planta habían sido enteramente destruidos por el fuego, y sus ventanas y puertas tapiadas con tablones y hierro acanalado.

Lo más asombroso de todo eran los graffiti. Eso había venido a ver, animada por los comentarios de Archie sobre el lugar. No se sintió defraudada. Resultaba difícil de creer, observando las múltiples capas de dibujos, nombres, obscenidades y dogmas garabateados y rociados sobre cada ladrillo disponible, que la calle Spector sólo tuviera tres años y medio. Las paredes, hacía poco vírgenes, estaban tan profundamente estropeadas que el Departamento de Limpieza del Ayuntamiento no podía esperar jamás restituirles su anterior condición. Una capa de pintura blanca para tapar aquella cacofonía visual sólo ofrecería a los escribas una superficie nueva, y más tentadora, sobre la cual dejar sus marcas.

Helen estaba en el séptimo cielo. Cada rincón que descubría ofrecía nuevo material para su tesis: graffiti: semiótica de la desesperación urbana. Se trataba de un tema que conjugaba sus dos



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